Columna de opinión: Chile e Israel, necesarias integraciones

Hasta acá, las naciones del mundo hemos subsistido en un ir y venir entre peligrosas autarquías e interesantes alianzas supranacionales.

Con las primeras, se han favorecido la xenofobia, los racismos y las desigualdades, mientras que con las segundas se ha tendido a la integración, la cooperación y la construcción de un sistema universal de protecciones, pese a la persistencia de regiones enteras y amplios grupos sociales tremendamente segregados y discriminados, incapaces aún de ser atendidos por dichas alianzas.

La historia de nuestro país en estos temas es de corta data. Acostumbrados a la insularidad geográfica y a conflictos vecinales de consecuencias trascendentes, fuimos avanzando en una relación internacional muy pobre, reducida a la venta de commodities y a algún viaje de las pocas familias que podían costear los onerosos pasajes. Crecimos en un silencio que, si bien profundizó nuestra cultura y fuerza propia, no nos preparó adecuadamente para relaciones amplias ni para un óptimo intercambio de ideas.

Así, ya muy tarde nos vimos insertos en una vorágine de tratados de libre comercio y liberación de fronteras, sin analizar con calma los alcances de dichos intercambios ni las oportunidades que generan las aperturas razonadas. Nuevamente, sectores relevantes de la población temieron -muchas veces con justificados argumentos- al desempleo, la competencia externa y los dominios sin control de potencias mundiales.

Sin embargo, los desafíos que aún tenemos como nación y nuestras propias capacidades nos obligan a levantar las miradas y buscar en el concierto mundial alianzas novedosas que -con los necesarios resguardos- nos permitan tanto compartir nuestra capacidad creadora, así como incorporar aportes en un conocimiento que renueven los impulsos que requerimos como nación.
En estos días hemos asistido a una nueva ronda de conversaciones entre Chile e Israel. Ambos países, teniendo realidades tan diversas, pueden y deben comenzar a construir relaciones virtuosas.

Chile se puede beneficiar de una experiencia única en tecnologías de aprovechamiento de agua y trasformación de zonas desérticas en áreas de alta productividad agrícola. Israel puede conocer las experiencias en desarrollo de técnicas en la producción de alimentos. Nuestro país puede incorporar alta tecnología en comunicaciones y, fundamentalmente, en cyberseguridad. Israel puede recibir la producción de nuestros suelos, ahora con el valor agregado de una inteligencia innovadora. Chile puede acercarse al Medio Oriente y fortalecer su rol como agente constructor de entendimiento y paz. Israel puede y debe aportar la enorme riqueza cultural e intelectual de una nación conformada por esa enorme diversidad de pueblos y visiones de mundo.

Un intercambio entre ambos países, bien pensado y adecuadamente construido, ha de significar un paso más en un mundo en el que la integración aporta al desarrollo de las personas y comunidades.

Por cierto, nada de aquello impide mirar con plena libertad a los procesos políticos que acá y allá se desarrollan, y aportar -por esa misma vía- a la consolidación de las democracias, a la defensa de los Estados y al respeto de toda persona. Un diálogo abierto, bien lo sabemos los chilenos, es el mejor remedio para construir paz, desarrollo y bienestar humano.

 

Por Eduardo Weinstein Gottlieb

Presidente B’nai B’rith Latinoamérica
Presidente Comisión de Asuntos Públicos B’nai B’rith D. 27

Columna de opinión publicada en El Mostrador el lunes 7 de enero de 2019.